sábado, 28 de septiembre de 2013

El festín de Baltasar





La segunda obra de Rembrandt citada en el libro, creo que es “El festín de Baltasar”, aparece en la página 122 de nuestro libro (Herejes) Me ha resultado gracioso pues Daniel la vio en el estudio fotográfico que tenía Hajdú (que era el máximo conocedor e Rembrandt en Cuba. Lo gracioso es que Hajdú usa esta obra en la que Baltasar parece indicarnos algo con su brazo y su mirada, para señalar la dirección donde se encontraba la habitación donde estaba el set para las fotos de estudio.

La obra, realizada hacia 1635, recoge un episodio de la historia de Baltasar, rey de Babilonia. Durante el sitio de la ciudad por el general persa Ciro, Baltasar reunió a todos sus nobles y sirvió el vino en la vajilla procedente del saqueo de Jerusalén. Durante el banquete apareció una mano misteriosa que escribió un texto indescifrable en la pared referente a la división de su reino. Esa noche murió Baltasar. De nuevo resulta sorprendente cómo Rembrandt ha captado las expresiones de las figuras, en este caso de sorpresa y temor ante la inscripción misteriosa, sobre todo Baltasar, que se retrae al contemplar la aparición. La luz clara es la otra gran protagonista, creando fuertes contrastes de luz y sombra característicos del tenebrismo. La pincelada del pintor se ha hecho un poco más suelta como se puede apreciar en la capa del rey, aunque a pesar de dicha soltura aún se distinguen claramente los detalles como el bodegón de frutas sobre la mesa, las joyas de las mujeres o el turbante. El colorido es oscuro aunque tiene notas claras como el precioso vestido rojo de la mujer de la derecha, la capa del rey o el turbante blanco.

Yo interpreto que la aparición de esta obra, en nuestro libro, es como en otros casos simbólica en relación con la justicia divina, en este caso Baltasar será castigado por haber robado el templo (la vajilla donde sirve a los invitados es del templo), todo esto podría ser un símbolo más de lo que va a pasar en el libro… el castigo de quien ha robado el cuadro de los Kamisnki (Román Mejías) que curiosamente aparece muerto de una manera curiosamente similar a como Judit había matado a Holofernes en el antiguo Testamento, degollándolo.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Peregrinos de Emaús. Rembrandt


Peregrinos de Emaús. Caravaggio


Los peregrinos de Emaús


Rembrandt Harmensz van Rijn. Los peregrinos de Emaús.
El artista concibió esta composición sobre el principio de que los personajes, excepto Cristo, eran mortales, hombres del pueblo; en tal sentido, su obra muestra un paralelismo evidente con la de Caravaggio. Por ello, el escenario y los tipos son de una simplicidad extraída de la vida cotidiana. Ello constituye un rompimiento con la tradición iconográfica que no sería comprendido y valorado plenamente hasta el romanticismo. Con un empaste ligero que permite abundantes transparencias de la capa de imprimación consigue Rembrandt crear una atmósfera difusa e íntima, con el único propósito de conceder a la figura de Cristo el carácter de aparición misteriosa y momentánea.

Muchas veces hemos oído hablar de la luz en Rembrandt, un uso de la luz muy característico que en momentos y zonas de sus cuadros parece alejarse de la realidad para adquirir un carácter místico (lo vemos aquí, lo vemos en ese personaje femenino que aparece en Ronda de noche…).
La historia es así:

La cena de Jesús con los discípulos de Emaús tuvo lugar después de la resurrección de Cristo. San Lucas en su Evangelio hace un relato simpático del encuentro de Jesús con dos de sus discípulos. El evangelista cuenta la historia de la siguiente manera: Aquel mismo día, dos de ellos iban de camino hacia una aldea llamada Emaús, que dista de Jerusalén sesenta estadios. Iban comentando entre sí todos estos sucesos Mientras ellos comentaban e investigaban, Jesús se les acercó y caminaba con ellos (Lc 24,13-15). Él les preguntó: ¿Qué cuestiones son ésas que venís discutiendo entre vosotros por el camino? (Lc 24,17). Lo de Jesús Nazareno (...) un profeta poderoso en obras y en palabras ante Dios y ante todo el pueblo; y cómo nuestros pontífices y jefes lo entregaron a la pena de muerte y lo crucificaron (Lc 24,19-20). Entonces Él les dijo (...): ¿Acaso no era necesario que el Cristo padeciera esas cosas para entrar en su gloria? Cuando llegaron a la aldea donde iban, Él hizo ademán de continuar su camino. Pero ellos le obligaron a quedarse diciendo: Quédate con nosotros que es tarde y el día se acabó ya. Y estando con ellos a la mesa, tomó el pan, recitó la bendición, lo partió y se lo dio. Por fin se les abrieron los ojos y le reconocieron. Pero Él desapareció de su vista (Lc 24,26-30).

sábado, 21 de septiembre de 2013

Lectura de octubre

Hemos propuesto Herejes, de Leonardo Padura. Ed. Tusquets

Ronda de noche

Ronda de noche. Rembrandt.